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XLo más importante que podemos hacer, si realmente queremos vivir sanos y felices, es transformar las ideas que tenemos sobre nuestro cuerpo. Durante los últimos meses he observado cómo pensamos en este vehículo maravilloso de encarnación como algo débil, susceptible a enfermarse o incapaz de mantener la armonía y la vitalidad, cuando en realidad es todo lo contrario.
El cuerpo físico es inteligente, se repara a sí mismo constantemente y cada segundo nos muestra que sabe muy bien lo que hace. ¡Lo difícil es que contraiga una enfermedad! Y sin embargo nos relacionamos con él desde el miedo, sin saber que cada vez que dialogamos con nosotros mismos desde esta perspectiva, estamos mermando su poder de auto-sanación. Con muy poco que le demos, responde manifestando salud, alegría y belleza. Y ese “poco” está relacionado con el estilo de vida que llevamos que, a largo plazo, es imprescindible.
En el nuevo mundo hay muchos hábitos que ya no tienen cabida… ¿te has fijado que después del confinamiento había cantidad de cosas que ya no querías hacer? Tras haber vivido del modo más sencillo posible, nuestros cuerpos nos pedían que mantuviéramos ciertas rutinas porque son lo que más favorece al mantenimiento de la salud. Por otro lado, brotó la necesidad en nosotros de adaptar modos de vida más cercanos a lo que realmente somos. He escuchado historias de cantidad de personas que decidieron dejar las grandes ciudades y que han fijado sus lugares de residencia en entornos donde pueden salir de la puerta de casa y pisar tierra, oler naturaleza y sentir la luz del sol sobre su piel.
Uno de los hábitos que más le ayuda al cuerpo físico a hacer su trabajo son las depuraciones periódicas. Con ellas limpiamos las sustancias tóxicas que se van acumulando en los canales y en los tejidos para darle un esplendor maravilloso a las células. Los beneficios se sienten no sólo en el cuerpo, sino también en la mente y en la conexión con nuestra alma.
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Con una gran sonrisa en la cara y en el corazón, dejemos que el cuerpo haga su trabajo.